Te veo, pero no puedo
alcanzarte.
Percibo tu silueta en el fondo
del oscuro sendero, rodeada de gruesos y retorcidos árboles que tienden sus
brazos elegantes hacia las alturas. Una bruma gélida y lacerante avanza
lentamente entre ellos, como velos plateados que se mezclan en el aire
cortante, pero nada es capaz de ocultarte.
Yo permanezco aquí, impotente
de no poder acercarme, de no ser capaz de hendir la niebla, romper el silencio
y simplemente avanzar. Avanzar a tu lado.
Porque estás tan cerca y a la
vez, tan lejos… Anonadado, hago acopio de valor, con el vano fin de dignarme a
caminar. Trago saliva hasta que me duele la garganta y entonces, cierro los
ojos humedecidos, y sin pararme a pensar, doy un paso hacia delante mientras el
corazón me da un vuelco.
Pero entonces, entre la niebla
glacial que me rodea se oye un chisporroteo. Y a mi alrededor, de repente todo
estalla en llamas. Es un ardor insoportable, que me corroe por dentro. Lenguas
de fuego me lamen con ferocidad, chamuscándome la piel y haciéndome imposible
caminar…
Desfallecido, doy un paso
hacia detrás. El fuego disminuye, pero la neblina afilada se intensifica y
cuando me atrevo a seguir retrocediendo, llega un momento en que la sangre se
me congela en las venas, se me taponan los oídos, se me nubla la vista y una
angustia tenaz me estrangula lentamente, obligándome a caer de rodillas
mientras paulatinamente me extingo. No, no puedo: retroceder es aún peor.
Así que vuelvo a enderezarme,
regresando al mismo sitio, donde lo único que puedo hacer es mirarte con
anhelo, en lo más profundo del sendero, impotente. Una lágrima emborrona la
visión, pero sigo contemplándote, estremeciéndome, angustiándome, mirando
alrededor y esperando que haya una mera posibilidad de escapar. Pero es
imposible: la exuberante vegetación tapona toda salida. Solo me quedan dos
opciones, pues. Puedo quedarme toda la vida observándote y ahogándome en la
impotencia y la amargura, o caminar hacia delante hasta que las llamas me
devoren.
Me vuelvo a dejar caer de
rodillas, exhausto. Parece una decisión imposible, pero cuando me vuelvo hacia
ti, de pronto lo tengo completamente claro: tengo que hacerlo. Tengo que llegar
hasta lo más hondo del bosque. Tengo que atravesar ese sendero, tengo que
seguir, seguir hacia delante.
Así que avanzo. Y poco a poco
el fuego va engullendo los árboles a mi alrededor. Me consume lentamente,
produciéndome un dolor imposible. Nunca me imaginé que pudiera soportar tanto
sufrimiento, pero sigo. Sigo hacia delante. Para alcanzarte. Porque es cuanto
necesito.
El fuego lo anega todo, una
tormenta de oro evanescente, un viento de adrenalina, una fuerza que me
comprime por dentro… es fuego, mucho fuego. Pero al fondo de todo, más allá de
los efusivos velos dorados que se enroscan entre mis piernas y brazos, más allá
de la ola áurea que me arrastra consigo, contemplo tus ojos. Cada vez más
cerca, mientras es cada vez más fuerte el incendio que me rodea.
Más cruento y más letal.
Las lágrimas de mis ojos se
evaporan antes de salir. Me estoy quemando. Me estoy pulverizando. Pero sigo.
Ya ni siquiera sin pensar en las consecuencias, sin pensar en el sufrimiento,
sin pensar en el asfixiante humo… No, de pronto solo puedo pensar en tu
peligrosa cercanía. En como tu olor ya se mezcla con el de la ceniza.
Puede que me tiendas la mano,
puede que me dejes consumirme lentamente en el fuego. Pero ya no hay marcha
atrás. Seguiré hacia delante, lejos, muy lejos, hasta alcanzarte.
Ya no me importa arder. No me
importa quemarme.
Solo me importa llegar,
impulsado por una tormenta imparable que me revuelve por dentro, nublándome la
vista y bloqueándome los sentidos, pero obligándome a correr. A correr sin
detenerme. A seguir.
Hasta que alcance el final del
camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario